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Benjamín Palencia
Figura central en la gestación de la vanguardia artística española, practica en sus inicios un paisajismo tardoimpresionista, deudor del 98 en su ideario, y de Zuloaga en la pincelada larga y empastada.
Juan Ramón Jiménez le introduce en los grupos intelectuales de la época, influencia que se refleja durante la siguiente década en acuarelas de bodegones y retratos de muchachos donde es visible el facetado cubista.
Colabora en 1926 con Alberti en la escenografía de su obra La pájara pinta. Diseña, así mismo, el emblema de la compañía teatral La Barraca, de García Lorca, de la que llega a ser director artístico, desarrollando diversas escenografías.
En 1925 expone junto a Pancho Cossío y Bores en el marco de la Sociedad de Artistas Ibéricos. Al año siguiente viaja a París, donde se sumerge en las dos corrientes que determinan su obra hasta el umbral de la Guerra Civil: el surrealismo y la abstracción. Se integra en la denominada Escuela de París, donde recaba la amistad y el apoyo de artistas de la talla de Picasso, Braque, Cocteau y, especialmente, del entorno de Cahiers d’Art, representado por Tériade y Zervos.
En 1928 regresa definitivamente a España y se abre en su obra una etapa de resonancias mironianas, con telas pobladas por desnudos, bodegones y paisajes, en las que gusta de aplicar tierras y ceniza.
A partir de 1929 colabora, de la mano de José Bergamín, en Cruz y Raya. Entre finales de 1929 y principios de 1930 funda, junto a Alberto Sánchez, la llamada Escuela de Vallecas. En 1933 ingresa en el grupo Arte Constructivo de Madrid, donde experimenta con composiciones a la manera de Torres García.
Durante los años 30 expone con gran éxito en Europa, especialmente tras su participación en la Bienal de Venecia de 1936. Tras la Guerra Civil, huye de lo humano para imbuirse en el paisaje.
Refunda la Escuela de Vallecas con miembros renovados, como Álvaro Delgado, Del Olmo, Enrique Núñez Castelo, San José y Carlos Pascual de Lara, grupo que constituye el germen de la Joven Escuela Madrileña. En esta etapa, su obra se caracteriza por las vistas desoladas de tierras yermas de colorido terroso y por ocasionales retratos a pluma de muchachos y labriegos. Tras la serie de desnudos femeninos que devuelven el colorido a sus cuadros durante los años cuarenta, vuelve a centrarse en el tema con el que se inició en los pinceles: el paisaje.
(Fuente: Iván López Munuera, Fundación Mapfre)
Barrax, Albacete (España), 1894 – Madrid (España), 1980
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