La pétrea dureza de una roca calcárea con restos de animales fósiles ha servido de soporte para que el artista desarrolle su capacidad creativa, al igual que de manera natural se ha hecho el milagro de que queden preservados de la destrucción unos diminutos seres marinos, o, al menos, partes muy características de su cuerpo, como son las conchas, semejantes a las que hoy día podemos ver durante un paseo por algún acantilado al borde del mar o por alguna playa pedregosa.
Al mirar las lajas rocosas que tenemos ante nosotros, debemos saber ver en ellas las secciones pulimentadas de conchas de moluscos, semejantes a los que hoy existen. Es lo de menos que se trate de una u otra cantera, o del tal o cual caracolillo marino, con su concha en forma de torrecilla y sus vueltas de espiral, que dibujan una a modo de escalera. Desde comienzos de la era geológica que los especialistas denominan Mesozoico, y singularmente, dentro de ella desde las épocas mesozoicas que se llaman Triásico y Jurásico, son frecuentes en los estratos rocosos, que se formaron en los fondos de los océanos de entonces, esos restos conchíferos, que dan una calidad especial a las rocas que los contienen, sobre todos si esas rocas se pulimentan y asoma el nacarado brillo de la concha.
Observemos, pues, con atención, con admiración y, sobre todo, con respeto, los resultados de fenómenos vitales (la vida que pulula por doquier), de fenómenos geológicos (los depósitos en sucesivas capas de estratos) y de los fenómenos físico-químicos, que conducen a la fosilización de restos de animales que mueren, cuyos restos caen al fondo en cantidades ingentes y, eventualmente, podrán trasformarse en los fósiles de un yacimiento, con todo el cúmulo de sucesos casuales que conducirán a ello.
(Fuente: Rafael Alvarado. Catedrático Emérito de la Universidad Complutense de Madrid)